Cuando Eduardo Graterol llegó a la dirección ejecutiva del FLAR en marzo de 2013, el panorama del arroz en la región estaba lleno de desafíos: variedades que necesitaban renovarse, amenazas fitopatológicas difíciles de controlar y un mercado que comenzaba a exigir calidad como nunca antes. Aún así, su llegada no estuvo marcada por la incertidumbre, sino por una gran expectativa, la que generan los grandes retos, la que se reserva para quienes llegan con una convicción clara y un conocimiento profundo de lo que hacen.

Desde el primer día Eduardo visionó un sector que podía evolucionar si se combinaban ciencia, alianzas sólidas, diversificación de fuentes de ingresos y una red de países trabajando por un mismo propósito.

Los primeros pasos no fueron fáciles. El FLAR dependía casi exclusivamente de las cuotas de sus miembros, mientras que los donantes internacionales no priorizaban el arroz. Pero Eduardo persistió. Identificó oportunidades y abrió el camino para alianzas que permitieron diversificar la agenda técnica: prácticas agronómicas basadas en datos, manejo del agua, sostenibilidad ambiental, reducción de emisiones y sistemas integrados de producción. Siempre de la mano de los miembros del FLAR.

Ese impulso estratégico empezó a dar frutos. En esta década larga de trabajo conjunto, miembros del FLAR en 15 países liberaron más de 60 nuevas variedades de arroz, haciendo que el germoplasma de la institución se convirtiera en una pieza clave para la competitividad regional. En paralelo, el programa de agronomía evolucionó hacia un modelo de adopción acelerada que demostró, finca por finca, que era posible producir más, con menos costos y con un impacto ambiental reducido.

Eduardo también entendió que el conocimiento se multiplica cuando se comparte. Bajo su liderazgo, miles de técnicos, estudiantes y productores fueron capacitados. Se realizaron conferencias internacionales multitudinarias, cursos presenciales y virtuales, contribuyendo así a la formación de una nueva generación de profesionales que hoy aplican lo aprendido en sus países.

Las alianzas también florecieron. Desde empresas multinacionales interesadas en el germoplasma FLAR hasta la inédita colaboración con el Banco Nacional de Panamá para capacitar a sus clientes. Se consolidaron dos oficinas regionales —en Uruguay y Panamá— y se estrechó una colaboración esencial con la Alianza de Bioversity International y el CIAT, incluyendo la reciente inauguración del Área de Evaluación de Semillas.

Pero Eduardo siempre ha dicho que lo más valioso del FLAR no está solo en sus resultados, sino en su cultura: la camaradería, el espíritu colaborativo, ese ambiente en el que las reuniones técnicas se convierten en encuentros entre amigos.

Hoy, al cerrar este ciclo y emprender nuevos rumbos, Eduardo resume su gestión en una sola palabra: satisfacción. Satisfacción porque el trabajo fue útil.

Finalmente, su despedida es un homenaje al motor de la organización: el equipo. “Para mi equipo de trabajo el agradecimiento por todos los aportes que hicieron, por siempre dar la milla extra…, y eso se potenció porque tenemos una amplísima red de colaboradores en el CIAT y en los países miembros que, y no es cliché, me hicieron sentir que juntos somos más fuertes”.